Y apareció atrás de mi esa señorita alta con mirada sería, callada y con un caminar pausado, con mirada altiva, con aire de cautela, con labios rojos como la grana, con ojos negros tan como la más bella noche, y cabellos danzantes que se recreaban con el viento.
Traía una sola misión, entregar en mis manos un pequeño libro, viejo pero bien envuelto, se notaba que había pasado por manos femeninas, por el detalle del paquete en el que se había traido. En papel color blanco envuelto en una tira delicadamente a comodada, y con finos trazos a los bordes.
Era un pequeño diario, que había registrado cada día, en pluma, en carbón y con rastros de lágrimas. La joven me lo entregó, y sonriendo ligeramente dijo: creo que esto le pertenece desde ahora. Sin decir nada más se retiro, nunca más la vi.
El libro aún está en mi escritorio, con grandes detalles de alguna vida pasada, con grandes rastros de alguna ilusión, de un sueño compartido que aún no logro entender, el para que y porque llegó a mis manos.
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Xtopher
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